3 días en Buenos Aires, la grandilocuente y disfrutona capital de Argentina

Efervescente, dinámica, disfrutona, ostentosa y, aunque más que orgullosa de sus raíces, siempre al día. Buenos Aires, el hervidero cultural y hedonista que hace las veces de capital de Argentina, es todo eso y una urbe impactante, tanto por su inacabable patrimonio como por su no menos extensa oferta. Casi 14 millones de habitantes pueblan su área metropolitana, lo que la convierte en una ciudad, también físicamente, inmensa.

Todo es, pues, grandilocuente y jugoso en ‘Baires’, y también la impresión que le causa al visitante. Y ya esté este simplemente de paso o disponga de una semana, no le faltarán opciones ni recovecos para quedar pasmado por su ritmo y su pinta. En enero tuve la suerte de dejarme caer por Buenos Aires por vez primera, y aquí va una propuesta para, durante tres días, adentrarse en esta urbe a orillas del Río de la Plata que —creedme— es una garantía de deleite.

Día 1: descubriendo el centro de Buenos Aires

Se llegue a Buenos Aires por aire o bien por mar —como fue mi caso, desde la vecina Uruguay—, es una gran idea empezar la ruta por su corazón político. La plaza de Mayo, con la Casa Rosada, la Catedral Metropolitana y el antiguo Cabildo, da una muestra de una máxima porteña más que evidente: la ciudad es de una monumentalidad que asombra. Saliendo a pie de esta fotogénica plaza, la avenida de Mayo conecta con el otro ventrículo político del país: la inmensa plaza del Congreso. A medio camino, detenerse en el Palacio Barolo —que a inicios el siglo XX fue el edificio más alto de América Latina— ayuda a entender el esplendor económico y arquitectónico que vivió esta región del planeta hoy hace cosa de un siglo.

El paseo puede dirigirse hacia la abrumadora avenida Corrientes, trufada de teatros, una de las más icónicas y transitadas de la ciudad, que conduce hasta otro no menos icónico hito: el Obelisco de la plaza de la República. Antes, conviene detenerse a probar una delicia en un local de solera en plena Corrientes: la Pizzería Güerrín. Buenos Aires se nutrió en gran medida de los migrantes italianos y gallegos que se asentaron aquí llegando desde ultramar, y su legado gastronómico y cultural es más que palpable por todos lados.

El llamado ‘Microcentro’ es el siguiente paso. La animada y comercial calle Florida conduce hasta las Galerías Pacífico, con sus llamativas bóvedas pintadas, y a la distinguida plaza General San Martín. Aquí Buenos Aires tiene un olor más que evidente a ese eclecticismo que, combinando corrientes como el academicismo francés, el art decó o el art nouveau, hacen que la fachada física de la ciudad no deje de recordar a la vieja Europa. En ese marco se inscribe el impactante Teatro Colón, o la no menos impactante librería del Ateneo Grand Splendid, plantada en un antiguo teatro. Si no es la más bonita del mundo, le debe faltar poco.

Tras varios kilómetros pateados por la ciudad, es hora de dirigirse al alojamiento, que es una buena idea situar en el tranquilo pero ocioso barrio de Palermo, para dejar descansar el día en alguna de las terrazas cercanas a la bulliciosa plaza Serrano. Por ejemplo, en la de Tres Monos, uno de los mejores bares del planeta según la lista ‘50 Best Bars’.

Día 2: la Boca, San Telmo y Palermo

La mañana arranca por donde arrancó la historia de esta ciudad: el barrio de la Boca. Es en este punto que bordea el agua donde Pedro de Mendoza llegó para fundar la ciudad de Santa María de los Buenos Aires, en 1536. Las coloridas casas de Caminito son tan inconfundibles como curiosa es su historia: pintura que sobraba en los barcos tras faenar, pintura que se aprovechaba en tierra firme para pintar una puerta, una ventana, un trozo de pared en sus casas de la Boca. Así, desde el siglo XIX, los marinos —en su gran mayoría llegados de la región italiana de Liguria— le dieron color al barrio más icónico de Buenos Aires. Antes de dejar el animado barrio y su mercadillo, los amantes del fútbol no tienen que dejar escapar la ocasión de rodear la Bombonera, uno de los estadios más impresionantemente inclinados y singulares del planeta, que parece insertado entre el resto de los edificios del lugar con calzador.

Desde la Boca, a pie, es una buena idea dirigirse hacia el barrio más añejo y entrañable de la ciudad: San Telmo. En una urbe colosal donde la altura de los edificios y la amplitud de las avenidas abruma, la talla humilde y apacible de este entramado de calles caminables es un oasis. Allí, conviene sumergirse en el burbujeante mercado de San Telmo, repleto de puestos de comida al paso; en la plazoleta Dorrego, con sus ferias de antigüedades y sus terracitas, ideales para detenerse y refrescarse; frente a la llamada ‘Casa Mínima’, la más estrecha de la ciudad —de apenas dos metros de ancho—; o ante el edificio en el que, según Quino, vivía Mafalda. Para comer, opciones fabulosas son el Bar Federal o el Café la Poesía: se trata de dos de los denominados ‘Cafés Notables’, una red de cerca de 40 bares centenarios repartidos por toda la ciudad cuyo encanto y sabor —por suerte y gracias a la protección— siguen intactos y más que vivos.

A golpe de taxi — a precios de inicios de 2024, trayectos de hasta media hora no superaban los 3 euros—, cambiemos de tercio para acercarnos a la parte más verde de la ciudad. Los bosques de Palermo, un gigante pulmón porteño, son vecinos del Planetario Galileo Galilei, en cuyos alrededores se puede decidir distender las piernas después del ajetreo del día. Para la noche, de nuevo la gran —y buena— propuesta de Palermo es una opción más que recomendable para cenar y probar, por ejemplo, las carnes y vinos de La Cabrera.

Día 3: Palermo Viejo, Recoleta y las noches porteñas

Tras desayunar, deambular entre las librerías, cafeterías, tiendas de diseño y fachadas multicolores de Palermo Viejo es un buen modo de conocer el tejido creativo más ‘trendy’ de la ciudad.

Después, es hora de dirigirse hacia el barrio más elegante y selecto de Buenos Aires: Recoleta. Allí se encuentra el formidable Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, el MALBA, que constituye un viaje por toda la región a través de la pintura, la escultura y la fotografía, y cuya talla resulta fantástica para un par de horas. Caminando por las calles del barrio, repletas de embajadas, palacetes y jardines inmensos, se llegará a la plateada, gigante y fotogénica ‘Floralis Genérica’, otro de los iconos de la ciudad.

La siguiente parada de este periplo porteño puede llevar hasta el transitado y estético Cementerio de la Recoleta, declarado como Monumento Histórico Nacional por su valor arquitectónico y lugar de sepultura de —entre muchas otras personalidades—, la idolatrada Evita Perón. Justo al lado, el Centro Cultural Recoleta vuelve a recordarnos la enorme profusión de espacios dedicados a la creación y el arte que atesora Buenos Aires, y sus vegetados entornos son un acierto para relajarse y llenar el estómago.

La tercera y última jornada en Buenos Aires puede acabar en el megalómano y lujoso Puerto Madero o en el ‘último’ barrio emergente de la ciudad, Chacarita. Me quedo más con el segundo que con el primero, pero para gustos, los colores. Y de gustos y colores, justamente, Buenos Aires sabe mucho.

Soy Sergio, el viajero empedernido que, desde 2019, está detrás de Singularia, mi blog de viajes curiosos. Entre otras cosas, durante mis 33 años he dado vueltas por una treintena larga de países, vivido en dos continentes, estudiado seis lenguas, plantado algún que otro árbol, escrito dos libros y trabajado en Naciones Unidas. Hoy tengo el campamento base plantado en Barcelona, de donde soy, y me dedico a la comunicación y a la consultoría estratégica.

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