El Donga, el ritual de los Suri, la etnia guerrera de Etiopía
Situados en el valle del Omo, junto al río que lleva el mismo nombre en el sur de Etiopía y rozando la frontera con Kenia y Sudán del Sur, encontramos diversos poblados de la etnia Suri, la que dicen es la “tribu guerrera”.
Durante el mes de agosto, coincidiendo que ya ha pasado la época de cosechas, tiene lugar el “Donga”, un ritual que se ha convertido en el acontecimiento anual más importante de la etnia Surma, una de las muchas que habitan en el valle del Omo. Se trata de una lucha entre los jóvenes más fuertes de cada poblado de la zona, para demostrar el valor y el coraje luchando por parejas con bastones bastante largos. Esta lucha demostrará la valentía de los jóvenes y hará que el ganador gane su esposa tras el reconocimiento social. Por un lado el vencedor tendrá el reconocimiento de su poblado y prestigio social, y por el otro obtendrá también la atención de las chicas jóvenes que observan atentas la lucha.
Coincidir con este acontecimiento fue cuestión de suerte. No cada día se realiza, así que tuvimos suerte el día que llegamos a territorio Surma. Nos consideramos unos privilegiados de vivir esta experiencia, ya que a posteriori de este viaje supimos que este acontecimiento fue prohibido de ver para los extranjeros por temas de seguridad (aunque éramos pocos los extranjeros, solo siete personas entre un millar), y de hecho no nos extraña que se prohibiese, debido a que algunos de los miembros de los poblados van armados y hacen uso de sus armas para celebrar cada vez que alguno gana a su rival…
La ceremonia dura todo el día, empezando por el baño de los hombres Suri totalmente desnudos en el río Omo, en el mismo lugar donde se pintan ellos mismos su cuerpo con motivos geométricos para atraer a las mujeres e intimidar al rival en el combate.
Por la tarde, todo el gentío de diversos poblados Suri se va reuniendo en la explanada donde tendrá lugar la lucha. Se forma un círculo donde cada guerrero luchará contra otro hasta la extenuación con palos. A lo largo de la tarde van llegando luchadores de diferentes poblados que han venido a pie, caminando algunos distancias de hasta 40 km. Su llegada se hace notoria, ya que entran en la explanada cantando y bailando, desafiantes y algún luchador va subido a hombros de otros de su poblado.
El siguiente paso es buscar un rival: los jóvenes guerreros se miran, se desafían y luchan con sus largos palos, algunos hasta el punto de llegar a partirlos en sus cabezas y hacerse heridas tan profundas que pueden llegar a ser muy graves. Algunos participantes llevan una protección en la cabeza, piernas y rodillas elaboradas con fibras vegetales teñidas; aunque estas protecciones no les hace inmunes de los fuertes golpes que se llegan a dar en la lucha.
Muchos luchadores abandonan la lucha tras ver que su rival es más fuerte y no pueden ganarlo, haciendo el gesto de arrodillarse frente al otro, en señal de sumisión. Es entonces cuando el jefe del poblado del vencedor pega un tiro al aire con su kalashnikov para celebrar la victoria, dándose la situación de que cuantos más luchadores hay en el terreno de lucha, más disparos se oyen, que son las señales de las victorias de distintos luchadores.
A medida que van pasado las horas, cada vez hay más guerreros que se incorporan a la lucha. En un momento dado deben haber miles de personal presenciando la lucha, entre un caos de palos y movimientos para vencer al otro. Parece que presenciemos una batalla campal, donde no se sabe muy bien quién lucha con quien. Parece ser que hay una especie de “árbitros” que dictaminan quien es el vencedor de cada lucha, y así va avanzando el ritual, combinando la lucha con la ingestión de una especie de cerveza casera que elaboran y que hace que el ambiente se caldee un poco. Hasta el punto que se escuchan unos tiros que no parecen venir de la celebración de una lucha, sino de una venganza entre enemigos de dos poblados diferentes. Y el caos se impone: las mujeres corren hacia el bosque, para refugiarse de los disparos y de una posible bala mal encaminada. Y con ellas, nosotros, que no sabemos exactamente qué es lo que está sucediendo.
Tras quedarnos unos minutos de rodillas en el bosque, a unos cuantos metros del terreno de la lucha, nuestro acompañante, un chico joven muy simpático, viene a decirnos que todo ha sido un susto y que no ha pasado nada, aunque no nos lo acabamos de creer del todo. Resulta que se han encontrado en el terreno dos hombres que eran enemigos; uno le había robado al otro unas vacas para darlas de dote matrimonial (su bien más preciado) y cuando se han encontrado uno ha pegado varios tiros al aire, preso de la furia. Menos mal que no ha habido heridos.
Para nosotros la ceremonia ha llegado a su final; hemos vivido una experiencia única para contar a los nietos algún día. Hemos presenciado un ritual como pocos y hemos visto con nuestros propios ojos una ceremonia que hoy día todavía se sigue haciendo como hace cientos de años.
Viajar al sur de Etiopía, al valle del Omo, es hacer un viaje a una forma de vida que dista mucho de la occidental, al lugar donde se dice empezó el origen del hombre y donde casualmente hoy día todavía se conserva esa forma de vida que tenían nuestros ancestros.
Si te interesa saber más sobre las etnias del valle del Omo, puedes consultar los artículos de www.quadernsdebitacola.com sobre esta temática en este link.
Los autores de este texto también tienen una exposición fotográfica sobre las etnias del valle del Omo, llamada “Retorn als orígens: viatge a la vall de l’Omo” que está de gira este 2017 por diferentes municipios de Barcelona; puedes consultar el calendario de donde estará expuesta aquí.
Author: Celia Lopez
Website: http://www.quadernsdebitacola.com
He estat enganxada una estona, aquest matí tranquil, al teu relat. M’ha agradat molt perquè aprendre costums de cultures tan llunyanes sempre em crida l’atenció. He pugat viatjar a la selva d’Etiopia, un lloc que mai visitaré per raons d’edat i economia, a través de les teves paraules. Gràcies